miércoles, 26 de diciembre de 2018

Memoria activa


Memoria activa





Pierdo libros todo el tiempo,
me distraigo, los abandono
y por tanto,
puedo crear sin culpa.

Solo logran plagiar los funestos memoriosos.
     




Bufandas


Bufandas

Esa bufanda era la même mort,
las vocaciones,
las equivocaciones,
las provocaciones del pasado
tirado en una mesa,
la ve de la victoria destruida,
que ni uve ni hube desterrado del calipso,  
el aire tropical con sus pretextos,
los verdes insensatos,
que pueblan este mundo de ironías
que espantan como espantan
los domingos.



De tal palo, tal astilla


De tal palo, tal astilla
                                        A Roger Gilbert-Lecomte
            

Avanzando, sin rodeos,
contra gajes del oficio,
como si fuera el río un insulto enmascarado,
vivo vaciando carteras
en el umbral renegado y maloliente
del diccionario porteño.
Tanta lluvia y sin paraguas.

Un cerveza sin espuma,
amicísima como pocas,
espera a su mecenas en el bar de la noche.
Merodean espasmos
de aparecidos y testigos falsos,
a sueldo del sistema.

Compromiso frugal.
Hablaré de lo obvio:
Del esqueleto fosforescente de las Catedrales
de Luján y de La Plata, que contrastan su belleza
con la de Avellaneda,
castillo de vitral adolescente.
Mi ciudad: suburbio impune
que un bólido disparatado
quiso rebautizar Barracas al Sur.
Escarceos de un pingüino,
sepultado en una tumba de la Santa Cruz.
Atizaré las fogatas de los túneles redondos.
Compartiré leña podrida del calafate
y castañas de cajú a precio módico.
Octubre torrencial. Febrero sarraceno.
Habitantes del desierto:
Podemos seguir santificando beatas
(Cheers, dear)
Evasores de la trama de los diablos rojos:
La atmósfera es clara.
Fin de la cita.

Holocausto de apertura inaccesible.
Poesía a pesar del Holocausto
para abrir los labios pegados del silencio.
Canillitas de zapatito blanco
con que la vecindad tropieza,
a cada rato,
enredan y revuelven
con cucharas de plástico y servilletas de papel
el café de la mañana.
Topos y pincharratas
en periódicos matutinos.
Meandros del continente austral.

Ya lo ves,
espectador de columnas vertebrales en
decadencia:
Constelaciones prohibidas anuncian tu desdicha.
Si mientes no busques gramilla
en pajareras vacías.
Tampoco surgen sinónimos para emular
la milonga del obrero encerrado en una jaula.

No quedan plumas del cardenal
muerto in extremis.
No se fabrican pararrayos
que funcionen a pura energía eólica
ni resucitarán antiguos cuentos que contarnos
en tiempos del gran apagón universal.

Siquiera haya retórica que valga la pena.
Ortopedias para cubrir las fachadas
no engendran al hijo pródigo.

¿Qué será un escaramujo?
¿Irá al galope?
¡Qué mierda es la semántica!
¿Cuántos serán los caballos rondeños
que Machado se cargaba a las espaldas?

El rugoso caparazón de las tortugas
es la clave de los sueños linfáticos
que prueba la existencia del planeta divino.
El último mandamiento se cumple
en el aeropuerto terrenal,
que cierra sus puertas definitivamente,
como una hojuela herida de bala
que cae del árbol de una biblia incompleta.

Hay perfección
en la magia de torvas precipitaciones.
La honestidad brutal es
abuso de confianza en la tahona.
Un sobre blanco que llega por correo
se ha convertido
en una titubeante invitación para la estafa final.
Help:
De tal palo, tal astilla.
Solo las madres perdonan.
Difícil que el chancho vuele.





Las cosas por su nombre


Las cosas por su nombre

Aunque nadie lo haya descubierto todavía,
existe un acto férreo en la retórica
que se atreve a sortear crestas y escollos
flotando al ras de aguas monocordes.
Cada cual con su símil y sus trucos,
con jirones de arcaicas poesías,
avanza igual que un pobre pensionista
del Bed and Beakfast de los capitolios,
creyendo que su obra es francamente
la nueva plataforma del futuro.

Con ideas tan falsas como abstractas
propone un horizonte
y esconde en un bolsón la carabina
dispuesta a fusilar al enemigo.
No te incluye, por suerte, no te incluye.
El foco subversivo frivoliza.
Haya paz, compañeros.
Secuelas de la diáspora del genio.
Perdiciones del santo calendario.
Sonrojos de la orquídea.
Mnemotecnias.

¿Quién puede sospechar el contrabando
de contrastes biformes?

Los muertos en combate son pretérito.
Escuadrones mentados.
Las batallas se libran en presente.
Arengas, polvorines.
Nos quedan derrisiones obsoletas,
resortes conjugables,
ascetismos menguantes de cartel
y un tibio aroma zigzagueando
con que tejer elipsis hiperbólicas
y ovillar las madejas fugitivas

para poder llamar, nunca o apenas,
las cosas por su nombre.







El Príncipe de Gales


El Príncipe de Gales

El Príncipe de Gales,
"treinta huevos, diez pesos",
tiene la nariz roja de cerveza
o de hartura,
el pelo colorado y un tatuaje
en el brazo dormido.
Por eso, lo llamamos
El Príncipe de Gales:
su enorme parecido
con el real tocayo que vive en un palacio
asombra al transeúnte.
Por la mañana pasa
con su grito atorrante:
"treinta huevos, diez pesos",
porque anuncia los huevos con furgón y
parlantes.
Unos huevos caseros que alimentan familias
y abastecen el hambre
de los barrios humildes
y los barrios privados.
¡Qué huevos esos huevos, amarillos y blancos,
maná de los corderos
del Príncipe de Gales!
El Príncipe de Gales
nos sonríe sin dientes,
envuelve, cobra y vende
"treinta huevos, diez pesos",
con su porte inefable.
El Príncipe de Gales
domina continentes,
planifica las guerras con su falda elegante
y se ríe con nobles implantes y ortodoncia.
El Príncipe de Gales
se gana su sustento con imperial recaudo:
nieve, llueva o truene,
"treinta huevos, diez pesos"
treinta veces comidos
con una libra y media de esterlinas sin fondos
al Sur desheredado del Príncipe de Gales.
El Príncipe de Gales
no comprende de cuentas,
no sabe Economía,
los bancos no le prestan, pues no los necesita.
El Príncipe de Gales,
el otro, el argentino,
no comprende de cuentos
no sabe Economía,
los bancos no le prestan, pues no lo necesitan.
El Príncipe de Gales,
changarín, buscavidas,
ofrece huevos grandes.
A4 la docena.









Mano verde para Pez Náufrago


Mano verde para Pez Náufrago
A Tom Lupo , porque no es serio que un poeta se llame Tom Lupo, a excepción de que conduzca por radio un programa para poetas desorientados, una hora antes de la madrugada.

Cultivar minimalismos es siempre un arte difícil.
Como la Jardinería.
Debes tener gran cuidado con hongos,
cochinillas, sequías y tormentas.
La mosca de la fruta
bien podría arruinar el estofado.
Hace unos días ocurrió un milagro:
Tom Lupo
tradujo el famoso verso: “Lavorare stanca”
y logró mejorarlo sustantivamente,
aunque en mérito a la verdad debiera decir:
que la transformación fue verbal.
Tom dijo: “Cansar trabaja”.

Un día de estos lo llamo y le pregunto
si la expresión fue un acto fallido y se le trabó la
/lengua,
o si fue una genialidad suya nomás,
porque Tom,
vecchio Lupo di mare,
la juega de humildito
pero le provoca disimular
su mano verde de pez náufrago.





El hombre primitivo


El hombre primitivo

El dolor es imperativo.
Sigmund Freud.

El hombre primitivo no conoce
prebendas, majestad, soberanías;
su pánico es aullido de las bestias,
su albedrío la ley del cautiverio.
El hombre primitivo no fornica,
no sabe qué es robar;
codicia la belleza irrefutable,
contradice la lógica euclidiana,
ignora que en el fuego hay un secreto
de metales, neurosis y armamentos.
No analiza la vida.
La contempla.
Su existencia es un puro pacer
y defenderse;
no solloza ante sus crías famélicas
ni escarmienta.

El salvaje es hostil al alegato,
al vuelo de un abrazo de paloma,
al verso del poeta dolorido.
Ignora los tabúes y etiquetas.
No silba, no pregona,
no encarrila.
Se abastece de lluvias y raíces
y si enfrenta algún demonio
lo respeta.

A decir verdad,
a veces lo controlo,
le ordeno que se calle o se someta
a ceremonias rituales implacables
del ínclito presente manifiesto;
que se lave los dientes;
que peine su angustiosa cabellera;
que olvide sus memorias de inconsciencia;
que se calme, se excite o se comporte;
que acepte que es mortal en apariencia;
que sea responsable de sus actos;
que firme rendición con los engaños;
que asista a funerales,
y que mienta.

El hombre primitivo se acobarda.
No entiende mis idiomas ni discursos.
El dictamen del juez de infantil actitud
lo desconcierta.
Es hijo de mi padre y de mi madre.
Está dentro de mí: es esta angélica
pugnando por salir de su escondite,
caníbal, antropófaga, incompleta.

Agazapada en vísceras y en nervios,
en dos cuerdas vocales sin creencias,
lo injusto de morir no me perturba.
Su tendencia a escapar me desespera.




La sin rostro


La sin rostro

Edgar Degas. El baño de la mañana (1890)

La sin rostro acomete de tropel la bañera;
su piel encantadora: marfil que resucita
las venas, que se enmarcan por el gozo que
/espera
del morbo hacia el deleite, placer de estagirita
por motejar en sueños, la voz de la sordera.

¿No ves que sus cachetes tremolan de alegría
por amor a las olas que sin prisa se exhiben?
La niña es un retrato de aquel que le decía
-encendiendo tizones de los que oteando viven
que tirara sus ropas de rebato a porfía.
El pecho está a la vista de un cielo que especula
con doradas colmenas de sales presurosas.
Acaso el hombre ardiente que mira y la fabula
con cálido arrumaco la envolverá entre rosas,
pináculos letales de avariciosa gula,

su vara bien enhiesta,
a la hora de la siesta.









El Mesías descubierto


  
El Mesías descubierto

Cupido contemplando a Venus nos asombra,
porque el Bien está en una manzana,
en la piedra debajo de la cepa
que el artista dibuja caprichosa.
Porque el alma no es alma sin mirada y
la palabra es el nombre de las cosas,
proteste o se entusiasme, asuma el costo,
se resigne en pincel a tez desnuda
o brote en arsenales del invierno,
con un aroma, apenas percibido,
a primavera coronada en dama.

Maravilla que el hombre no supiera
que el Mesías es él y no hay tutía.
La verdad absoluta del presente
sin la voz del amor,
sin tacto en llamas,
amará prontamente su pasado
sumido en la locura de los cuerpos.
El bufón de la corte indiferente
tiene pechos pequeños, tiene huecos,
y no puede volar.
Es su condena.
En la boca hay sabor a fruta amarga.
Adán está espiando entre los riscos
con cinismo fatal de ciega envidia.

La musa de Dalí


La musa de Dalí

De espalda al Universo rescatada,
oculta su expresión de amada inerte,
una musa que estaba acostumbrada
a ser sombra de Onán, hasta la muerte,

con apego ritual se nos subvierte
en arpa salvadora de la Nada.
Desgrana desazón y echa a la suerte
la trama del revés de la mirada.

Dalí la escamotea, por los celos.
Tapa el rostro, con manto presuntuoso
de repudio andaluz al invasor.

El grito de la viuda está en los cielos,
vengándose del genio de su esposo,
para que nadie alegue que fue amor.














Tejidos


Tejidos

La corrupción está instalada.
Ay. Trágicamente instalada.

No van a dejar constancia
de ostracismo ni  destierro
en los sones de la guerra.
No abrirán las compuertas del trabajo
ni destilarán petróleo sus acritudes indignas.

La olita del dinero seguirá
dando curso a matones de otra clase.
Los malvados
oirán el grito subastado de las madres.

Los artistas atrapados en su red
con una cala en el cerebro
no descansarán hasta alcanzar la infamia.
Candidatos a Diputados
seguirán orinando al mejor postor.
Nuevos súbditos
tendrán  Reina y Rey  que los corteje.
“Se siembra un pensamiento,
se cosecha un acto”,
oraba el pastor mormón.            
Escuelas de psiquiatría,
verdades bíblicas,
cine adoctrinador,
las falsas biografías de la escuela anglicana,
los plagiadores contemporáneos
y la torsión nueva perseveran.
Pero la literatura no cambia el mundo
solo lo hace más tolerable,
más asequible,
en este cansino agobio de multitudes.

Si coincidís conmigo
en cumplir los mandamientos de Dios
(o como quieras llamarlo)
estaremos de acuerdo.
Sino, mejor seguí tu camino hacia la nada.
Lo sostengo y mantengo:
quien quiera conocer el horror
que se inscriba en un curso de tejidos.

La lana pica hasta en la piel del muerto.              


Biografía de Lucía Angélica Folino

Lucía Angélica Folino nació en Avellaneda , Buenos Aires, Argentina el 19 de diciembre de 1956. Abogada, docente y poeta, ha p...