A todos aquellos:
A todos
aquellos
que no
marcan distinciones
entre
bálsamo y hedor;
a todos
aquellos
que sientan
obsesión
por la
salida mística,
a pesar de
la noche del año
en que se
admita;
a todos
aquellos
que detestan
las anáforas
y la melodía
satánica,
tanto como
sus caras
ajadas
frente
a los
espejos en liquidación
del olvido.
A los
pájaros perfectos,
a las
mujeres y hombres imperfectos,
a las
parejas ab-negadas,
a los que
extinguen la llama de la libertad
y crecieron
comiendo caramelos Media hora,
con la boca
hambrienta de aceitunas o
aventuras;
a los
camaristas del crimen
con verdades
ayunas de causalidad y justicia.
A los
vecinos de las ceremonias
que cantan
villancicos deslucidos;
a los
autores de la razón de mi vida,
a los
chiquillos aficionados
a escribir
cartas de amor;
a los laicos
feligreses del descontento popular;
a los que
juegan
apostando
morir en sus camas;
a los
panaderos
que no
arreglan televisores
y a los
fabulosos electricistas
de linterna
a pilas
y taladro
mecánico.
A todos
aquellos,
en
condiciones de vivir
un día más,
bajo el sol
estereotipado de primavera,
con niebla o
lluvias torrenciales;
a los
violadores de la Ley seca,
a
reglamento;
a los
comisarios de a bordo
de aviones
desaparecidos
en el
Triángulo de las Bermudas,
a todos los
etcéteras,
sobreentendidos
e implicados,
que pueblan
este mundo in fine:
les encargo
mi alma,
para que la
salven.
De momento,
no me toca
sino recordarles
que las
puertas cerradas del infierno
arden en
llamaradas acuciantes
y se oyen,
desde lejos,
abucheos a
los torturadores.
Y que sepan,
de una buena
vez,
que una
existencia honesta
o
desquiciada
se consume
al precio
promocional de un paraguas
de alquiler,
subastado en
Disneylandia.