miércoles, 26 de diciembre de 2018

El hombre primitivo


El hombre primitivo

El dolor es imperativo.
Sigmund Freud.

El hombre primitivo no conoce
prebendas, majestad, soberanías;
su pánico es aullido de las bestias,
su albedrío la ley del cautiverio.
El hombre primitivo no fornica,
no sabe qué es robar;
codicia la belleza irrefutable,
contradice la lógica euclidiana,
ignora que en el fuego hay un secreto
de metales, neurosis y armamentos.
No analiza la vida.
La contempla.
Su existencia es un puro pacer
y defenderse;
no solloza ante sus crías famélicas
ni escarmienta.

El salvaje es hostil al alegato,
al vuelo de un abrazo de paloma,
al verso del poeta dolorido.
Ignora los tabúes y etiquetas.
No silba, no pregona,
no encarrila.
Se abastece de lluvias y raíces
y si enfrenta algún demonio
lo respeta.

A decir verdad,
a veces lo controlo,
le ordeno que se calle o se someta
a ceremonias rituales implacables
del ínclito presente manifiesto;
que se lave los dientes;
que peine su angustiosa cabellera;
que olvide sus memorias de inconsciencia;
que se calme, se excite o se comporte;
que acepte que es mortal en apariencia;
que sea responsable de sus actos;
que firme rendición con los engaños;
que asista a funerales,
y que mienta.

El hombre primitivo se acobarda.
No entiende mis idiomas ni discursos.
El dictamen del juez de infantil actitud
lo desconcierta.
Es hijo de mi padre y de mi madre.
Está dentro de mí: es esta angélica
pugnando por salir de su escondite,
caníbal, antropófaga, incompleta.

Agazapada en vísceras y en nervios,
en dos cuerdas vocales sin creencias,
lo injusto de morir no me perturba.
Su tendencia a escapar me desespera.




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Biografía de Lucía Angélica Folino

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