Tempus lugendi
Tal vez
me reconozca como a un
burro
amarrado en el Perú.
Nostalgia de
quijotes sin locura.
Yo era…
era
deductiva e
inductivamente
feliz.
Mírenme
ahora.
Presumir que
no sé lo que no ignoro.
Palpitar de
contextos.
Ectoplasma.
Hablamos el
idioma trascendente
utilizando
ladrillos similares
para
construir nuevos muros,
nuevos
marcos
con canción
en los baños
y a la
izquierda.
Porque ser
raro es un derecho
que vive en
una idea y se consume.
Excepto
confusión
no hay nada
nuevo.
Hace falta
una cruzada
¿cruzada?
que venga a
resolver los jeroglíficos.
La
unidimensionalidad del espejo
fregando
insobornable
en la
humedad de los pastos mojados,
me señala
entre sombras la partida.
El nudo
gordiano del solipsismo terco
se exhibe de
manera pornográfica,
como un
seudónimo,
que para eso
somos el cadáver de nosotros
mismos
y el juego
es perdonar que hemos amado,
y el juego
es olvidar que hemos gozado,
apenas
pioneros de la resolución acontecida
sin secretos
ni pasamontañas,
sin tapujos
ni culebras,
arrastrándose
en el cemento.
Ojalá
fuéramos inmortales y tales.
Que no nos
vuelvan a quitar el plato vacío
cuando el
aroma de la salsa lo perfuma.
Por el
momento, no decido morir
-aunque podría-
este Jueves
Santo de París con aguacero,
porque París era una fiesta cuando estabas
y las
campanas de lo perdido
también
doblan por mí,
cuando te
pienso.