De tal palo, tal astilla
A Roger
Gilbert-Lecomte
Avanzando,
sin rodeos,
contra gajes
del oficio,
como si
fuera el río un insulto enmascarado,
vivo
vaciando carteras
en el umbral
renegado y maloliente
del
diccionario porteño.
Tanta lluvia
y sin paraguas.
Un cerveza
sin espuma,
amicísima
como pocas,
espera a su
mecenas en el bar de la noche.
Merodean
espasmos
de aparecidos
y testigos falsos,
a sueldo del
sistema.
Compromiso
frugal.
Hablaré de
lo obvio:
Del
esqueleto fosforescente de las Catedrales
de Luján y
de La Plata, que contrastan su belleza
con la de
Avellaneda,
castillo de
vitral adolescente.
Mi ciudad:
suburbio impune
que un
bólido disparatado
quiso
rebautizar Barracas al Sur.
Escarceos de
un pingüino,
sepultado en
una tumba de la Santa Cruz.
Atizaré las
fogatas de los túneles redondos.
Compartiré
leña podrida del calafate
y castañas de
cajú a precio módico.
Octubre
torrencial. Febrero sarraceno.
Habitantes
del desierto:
Podemos
seguir santificando beatas
(Cheers, dear)
Evasores de
la trama de los diablos rojos:
La atmósfera
es clara.
Fin de la cita.
Holocausto
de apertura inaccesible.
Poesía a
pesar del Holocausto
para abrir
los labios pegados del silencio.
Canillitas
de zapatito blanco
con que la
vecindad tropieza,
a cada rato,
enredan y
revuelven
con cucharas
de plástico y servilletas de papel
el café de
la mañana.
Topos y pincharratas
en
periódicos matutinos.
Meandros del
continente austral.
Ya lo ves,
espectador
de columnas vertebrales en
decadencia:
Constelaciones
prohibidas anuncian tu desdicha.
Si mientes no
busques gramilla
en pajareras
vacías.
Tampoco
surgen sinónimos para emular
la milonga
del obrero encerrado en una jaula.
No quedan
plumas del cardenal
muerto in extremis.
No se
fabrican pararrayos
que
funcionen a pura energía eólica
ni resucitarán
antiguos cuentos que contarnos
en tiempos
del gran apagón universal.
Siquiera
haya retórica que valga la pena.
Ortopedias
para cubrir las fachadas
no engendran
al hijo pródigo.
¿Qué será un
escaramujo?
¿Irá al
galope?
¡Qué mierda
es la semántica!
¿Cuántos
serán los caballos rondeños
que Machado
se cargaba a las espaldas?
El rugoso
caparazón de las tortugas
es la clave
de los sueños linfáticos
que prueba
la existencia del planeta divino.
El último
mandamiento se cumple
en el
aeropuerto terrenal,
que cierra
sus puertas definitivamente,
como una
hojuela herida de bala
que cae del
árbol de una biblia incompleta.
Hay
perfección
en la magia
de torvas precipitaciones.
La
honestidad brutal es
abuso de
confianza en la tahona.
Un sobre
blanco que llega por correo
se ha
convertido
en una titubeante
invitación para la estafa final.
Help:
De tal palo,
tal astilla.
Solo las
madres perdonan.
Difícil que
el chancho vuele.
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