El Príncipe de Gales
El Príncipe
de Gales,
"treinta
huevos, diez pesos",
tiene la
nariz roja de cerveza
o de
hartura,
el pelo
colorado y un tatuaje
en el brazo
dormido.
Por eso, lo
llamamos
El Príncipe
de Gales:
su enorme
parecido
con el real
tocayo que vive en un palacio
asombra al
transeúnte.
Por la
mañana pasa
con su grito
atorrante:
"treinta
huevos, diez pesos",
porque
anuncia los huevos con furgón y
parlantes.
Unos huevos
caseros que alimentan familias
y abastecen
el hambre
de los
barrios humildes
y los
barrios privados.
¡Qué huevos
esos huevos, amarillos y blancos,
maná de los
corderos
del Príncipe
de Gales!
El Príncipe
de Gales
nos sonríe
sin dientes,
envuelve,
cobra y vende
"treinta
huevos, diez pesos",
con su porte
inefable.
El Príncipe
de Gales
domina continentes,
planifica
las guerras con su falda elegante
y se ríe con
nobles implantes y ortodoncia.
El Príncipe
de Gales
se gana su
sustento con imperial recaudo:
nieve,
llueva o truene,
"treinta
huevos, diez pesos"
treinta
veces comidos
con una libra
y media de esterlinas sin fondos
al Sur
desheredado del Príncipe de Gales.
El Príncipe
de Gales
no comprende
de cuentas,
no sabe
Economía,
los bancos
no le prestan, pues no los necesita.
El Príncipe
de Gales,
el otro, el
argentino,
no comprende
de cuentos
no sabe
Economía,
los bancos
no le prestan, pues no lo necesitan.
El Príncipe
de Gales,
changarín,
buscavidas,
ofrece
huevos grandes.
A4 la
docena.