Todo bien
Se la veía
bien,
despellejada,
desnutrida e insensible,
pero bien.
Se la veía
bien,
caprichosa e inconstante,
gritona al
divino botón,
pero bien.
Bastante
bien.
Se la notaba
confusa,
compatriota
de los desposeídos,
alerta al
vuelo de los moscardones,
pero bien.
Casi como que
bien.
No cumplía
las leyes de la historia.
No sabía
coser manteles de hilo croché.
No ponía las
manos en el fuego por nada.
Se reía de
absolutas tonterías.
Pero bien,
Se la veía
bien.
El único
idioma que hablaba era el materno,
y era un
esfuerzo entenderle;
leía
deletreando,
se notaba
que no participaba de proyectos
gratuitos,
que la
bicicleta era de la quema.
Pero bien.
No le
parecían interesantes
los alardes
de los buscadores
compulsivos
de público.
No tomaba
anfetaminas,
comía
salteado,
Vivía de
prestado,
Tiraba
manteca al techo
-cuando le
sobraban manteca y techo-.
Decía
palabrotas a menudo.
Pero, bien.
Todo bien.
¿A
quién podía importarle una mina
solitaria
en la espesa
ciudad de insomnios progresivos y
tragadores
de buitres?
Solo la
radio comunal
se ocupó de
ella cuando murió, por sorpresa.
Nadie
reclamó el cadáver.
Pero bien.
Todo bien.
Como suele
suceder con la gente pobre.