Monólogo del espectador del alma rota
Hablaré de
ti, bella alma rota
por una
fuerza imperceptible,
emergida de
la caverna
que te vio
resignarse
ante cada
nuevo hospicio
de
revoluciones postergadas.
Alma portavoz,
tumulto inquieto,
confrontada
a lo eterno
genuinamente
rota,
erosionada,
calcinada en
encajes de intereses mezquinos.
Alma gruesa,
raída.
Alma ignota
de marcas ancestrales,
con tatuajes
que dudan de las bestias
excepto en
lo que sienten peregrinas.
Las olas de
la mar envidian
tu
insignificancia de giros azarosos,
tu inocencia
impecable,
tu
corporeidad incorrecta
con alas de
paloma.
Quisiera
ofrecer tiempo para amarte,
enseñarte
una trampa fundada en argumentos
que curen
las heridas de tu pulso
con salmos o
caricias de mis dedos.
Se propaga
en el agua
una muda
consigna hasta la opuesta orilla:
el margen
implacable que me aguarda.
Y quiera
que,
tal vez,
estés
callada y rota,
desgarrada,
y no
henchida de catástrofe.
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