La lengua de las lenguas
(Atolondradamente)
Hurgarán
insistentes las palabras,
buscando en
César Milosz o en el viento,
encontrando
a Pasternak,
atolondradamente,
por pura
coincidencia del destino.
Ella preparará
un ritual nocturno
con ojos de
paloma desflorada,
fascinando a
su amante modulado
y eligiendo
el sonido de las sílabas,
con el mismo
ancho empeño con que busca
los sostenes
de encaje y madreselvas.
Su otro yo
se reconoce
en la lengua de las lenguas:
simultáneo
espejo idílico,
articulado
universal idioma
de
abstinencia y vigilias frecuentadas.
Ellas
experimentan,
agonizantes
en la constancia,
visiones
ilusorias e inocentes
para ganarse
la vida rondando el sinsentido.
La poesía no
está en las ingles
ni en sus
vainas trituradas por el sexo.
No es un
punto muerto de lascivia.
Predice la
renuncia, el abandono,
sepultando
los miedos a los vicios del exceso
en su
esqueleto etéreo.
Enriquece la
magia del encuentro.
Ese choque
de míticos planetas
se ata a los
tobillos con cuidado,
apuntando
hacia el norte de la dicha,
demasiado en
contacto con olores
loables de
una piel: el salvavidas,
y una mueca
de voces suspirando
sus credos
literarios y exaltados
en coros
sucesivos y sagaces.
-Tu piel es
torbellino y epidemia,
temblor de
perro famélico.
Escamosa.
-Es alimento
y bebida. Es réplica machista
que nutre tu
cintura de un anhelo inacabado
de partidos
de fútbol y entretiempos.
-Tu piel es
el tabú de la exogamia.
- Es retorno
a la infancia en agasajos.
-Tu piel me
exime del pecado injusto
-Tu piel es el
espejo de las ansias glotonas
del sibarita
empedernido
en la
opulencia inquietante del ensimismado.
-Con el alma
pendiendo de una hilacha...
-Como el
fuego tu piel es epidérmica.
-Paquidérmica.
Y así siguen
amando, conjugando,
hasta al
llegar la madrugada.
sofocados de
risa, alucinando;
jugando a
ser “trágame tierra”
van
trenzando en los pelos
jamaiquinas
rastas imaginarias.
Él la
envuelve en sus brazos,
acaricia los
cuencos de pezones
de gemas
sempiternas,
fenómenos de
sol precipitado
en completar
su porvenir,
en andas y
en volandas.
La cúspide
del curso de la noche
los embriaga
con pulso enamorado.
Que no hay
mayor desdicha ni ostracismo
que intuir
la soledad en la penumbra,
cuando la
sombra trasluce el sentimiento
y ver
pestañas mojadas por el pálpito
de las
corazonadas.
Los poetas
hacen de las Musas templos,
tumbas,
dioses, motivos, religiones.
Los poetas
aman el amor en su entelequia
de esperanza
trivial, de ceremonia,
porque aman
la vida y sus herencias;
la vida, el
más acá,
sus
esmeraldas.
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