Eclesiastés
Ay del solo que se cae
porque no tiene quien lo levante. Eclesiastés
Nos apremia
la noche del encuentro
con una
libertad desmesurada.
Entre
hollejos de uva y vino dulce,
las horas se
despeñan
como tierra
procaz por las laderas.
La fábula
del burro queda lejos:
No se oyen
resoplidos de flautista
ni por
casualidad.
Nos albergan
La ciudad y los perros
con cierta
dramaturgia acostumbrada
al pálido
sopor de los llorones
y La esfera y la cruz
por
monigotes.
Los tibios
pasatiempos del que espera.
Porque sin
literatura no hay caída
ni tropiezan
las novias con sus héroes.
En la tarde
que excusa lapidaria
el jadeo
nocturno del despacho,
los tímidos
aplausos de la cópula
y la
embestida entre célula y fluidos
se aprestan
como imanes a perderse
en la fina
textura de perezas,
concebidas
con celo,
ajenas al
olvido,
hasta verte
cruzar la antigua puerta
que conoce
de oxímoron y presos.
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